Los Entremeses, ofrecen un interés mayor que el de las comedias y son los más logrados de todo el teatro español. Son breves cuadros populares escritos casi todos en prosa. En conjunto constituyen un repertorio de pequeñas obras maestras que acreditan a Cervantes como el mejor entremesista.
Los dos mejores son El retablo de las maravillas y La guarda cuidadosa. El primero es una sátira aguda con gran fuerza cómica contra las hipocresías sociales; su asunto coincide con el del cuento de don Juan Manuel sobre los tejedores que hicieron el paño mágico; solo que aquí el ambiente es popular y el paño se sustituye por el retablo de figuras invisibles. La guarda cuidadosa nos presenta las rivalidades amorosas de un soldado y un sacristán que termina con el triunfo del último. Del tema del marido burlado hablan también La cueva de Salamanca y El viejo celoso.
Dignos de mención son también: El juez de los divorcios, La elección de los alcaldes de Daganzo, El rufián viudo y El vizcaíno fingido, (de menor interés).
Los entremeses cervantinos han sido admirados sin vacilaciones, siempre. Su calidad está basada en el doble juego de fantasía y realidad, tan cervantino. Hechos para reír, como todos sus hermanos literarios, manejan los grandes supuestos de la sociedad contemporánea, burlándose suavemente, con un último regusto de amargura y desencanto. Solamente tras la cáscara de la broma podían decirse, en dos o tres ocasiones, los ecos desengañados que los entremeses (mejor, la voz cervantina) lanzan a la cara del espectador.
Siempre ha llamado la atención la circunstancia de que no fueran representados nunca, como su autor enuncia en la primera línea de su existencia. Quizá la razón esté en la novedad que encierran, ese «nuevos» que se desliza en el título. Los contemporáneos se entregaron a los entremeses consagrados, los que mostraban los tipos más cómicos y familiares. No creo arriesgado suponer que actores y empresarios se sintieron quizá un poco recelosos ante el deje crítico de los entremeses cervantinos. No debía de resultar muy difícil, para algunos de ellos, entrever lo que de queja trascendente se ocultaba, en ocasiones, detrás de la aparente broma, del lenguaje gracioso y chispeante de los personajes. En una sociedad decididamente acorde con su circunstancia -la que aplaude el teatro de Lope de Vega- esas leves insinuaciones, por ligeras que fueren, resultarían, cuando menos, poco «comerciales». Quizá algo de esto se agazapa, irónicamente, en la aseveración de Cervantes, escrita en la dedicatoria de la primera edición, dirigida al Conde de Lemos. Sus entremeses «no van manoseados ni han salido al teatro merced a los farsantes que, de puro discretos, no se ocupan sino en obras grandes y de graves autores, puesto que ('aunque') tal vez se engañen».
Por tu magnifico trabajo aqui va tu caricatura maestro en el blog del Ravi.
ResponderEliminar