El arte inclusivo son todas aquellas disciplinas artísticas que trabajan la inclusión en los lugares más recónditos del alma humana.

10/7/25

El ego en el teatro, por Manu Medina

El ego en el teatro.

El ego es una fuerza omnipresente en la vida de cualquier ser humano, moldeando percepciones y decisiones desde lo más íntimo de nuestra psique. Sin embargo, en el ámbito teatral, y de forma particularmente acentuada para actores y actrices, adquiere matices complejos y a menudo paradójicos. Se manifiesta no solo en el intrincado proceso de creación de una obra, donde la vulnerabilidad y la exposición son inherentes, sino también en la vida personal del artista, sin importar en absoluto su nivel de fama o reconocimiento. Lejos de ser un atributo exclusivo de las estrellas mediáticas que copan titulares y alfombras rojas, el ego opera con idéntica intensidad, y a veces con consecuencias incluso más insidiosas, en aquellos que luchan incansablemente por abrirse camino, mantener su pasión viva o simplemente subsistir en el anonimato de un circuito teatral menos visible.

Para comprender la multifacética manifestación del ego en el teatro, resulta fundamental recordar la definición psicológica que hemos manejado previamente: el ego se entiende como esa parte de nuestra psique que orquesta nuestra identidad, la que nos impulsa a actuar en el mundo. Su función principal es buscar y mantener un delicado y a menudo precario equilibrio entre lo que anhelamos creativamente como artistas, la cruda y a veces implacable realidad del escenario, las exigencias del mercado teatral, y las expectativas, con frecuencia abrumadoras, que la sociedad artística, la crítica especializada y el público en general depositan en cada uno de nosotros. Este equilibrio es el campo de batalla donde el ego ejerce su influencia más potente, tanto para bien como para los desafíos que impone.

El proceso de creación teatral es un "horno" donde el ego se pone a prueba constantemente. Los actores y actrices se enfrentan a la vulnerabilidad, a la exposición de su ser, y a la necesidad de construir un personaje a partir de su propia esencia y la visión del director.

La Búsqueda de reconocimiento es quizás el lado más visible del ego. En el proceso de ensayo, el actor puede buscar la aprobación constante del director o de sus compañeros. Durante la función, el anhelo por el aplauso antes que, por la obra, las críticas favorables o el "feedback positivo" es una manifestación directa de esta necesidad de validación externa. Esto puede llevar a un actor a adoptar comportamientos o a tomar decisiones interpretativas que no satisfacen sus intereses artísticos más profundos, sino que buscan el elogio o la "gratificación inmediata". Incluso si logra ese reconocimiento, la "adaptación hedónica" hace que su impacto emocional positivo disminuya rápidamente, perpetuando un ciclo insaciable.

Al trabajar con actrices y actores mediáticos me he dado cuenta que el ego se traduce en la elección de roles que garanticen taquilla o nominaciones a premios, incluso si artísticamente no suponen un desafío o no resuenan con su "propósito vital" más profundo. La búsqueda de titulares y la visibilidad pueden dictar sus movimientos, desatendiendo la "implicación profunda" del personaje.

También se traduce en la presión por mantener su posición en la "escala social y profesional del teatro", buscando proyectos que refuercen su imagen de estrella o le otorguen "bienes posicionales" (roles codiciados que otros no pueden tener). Esto puede generar "competencia incesante por la superioridad" incluso dentro del elenco, entorpeciendo la colaboración.

Esto le puede llevar a la imposición de sus decisiones sobre la visión del director, a un excesivo individualismo que rompe la armonía del elenco, o a la negativa a explorar propuestas que lo saquen de su espacio seguro interpretativo. Su "poder" puede imponer una obediencia aparente en los ensayos, pero a menudo lo aísla del resto del equipo, impidiendo una "conexión y colaboración genuina". Esto se traduce en una "inercia y estancamiento en la zona de confort artística", repitiendo siempre el mismo tipo de personaje o género que le ha garantizado el éxito. El "miedo al fracaso" (una mala crítica, una actuación tibia) lo lleva a evitar roles complejos que puedan desafiar su "identidad construida como 'buen actor'".

En el actor no conocido esto se manifiesta en la desesperación por cualquier tipo de validación. Puede llevarle a aceptar roles que lo encasillan, a sobreactuar para "ser visto" o a buscar la aprobación de pequeños grupos, sacrificando la autenticidad en el proceso por miedo a la auto creencia de la irrelevancia o a no poder vivir de su trabajo. He comprobado por mi mismo, que el ego impulsa la necesidad de ser "el protagonista", de tener los diálogos más importantes, o de trabajar con ciertos directores o compañías.

Puede manifestarse en la frustración por no obtener ciertos roles, en la envidia hacia compañeros más exitosos, o en una obsesión por lo que otros "deberían" hacer por él. El sentido de valía personal del ego se entrelaza con el tamaño del papel, el reconocimiento de la escuela de donde proviene o la fama de los colegas con los que comparte escena, perdiendo de vista el valor intrínseco de cada contribución a la obra.

Con el ego en pleno apogeo he visto el exeso de control de la interpretación, el espacio, e incluso la atención del público y de sus compañeros.

También puede manifestarse en la dificultad para ceder al trabajo de conjunto, en la resistencia a las indicaciones del director que no encajan con su "idea" preconcebida del personaje, o en una necesidad constante de acaparar la atención, incluso si perjudica al resto de la escena. Puede "racionalizarlo todo", justificando su inadaptación o su control excesivo.

El ego anhela la seguridad y se resiste al riesgo, al cambio y a la ambigüedad que la creación artística implica. En muchos momentos de mi vida esto me ha llevado a rechazar papeles desafiantes por miedo a "no estar a la altura", a aferrarme a métodos de actuación que me resultan seguros pero limitantes, o a evitar audiciones para proyectos arriesgados que impliquen "lo desconocido". El ego interpreta el fracaso como una amenaza directa a su identidad como artista, llevando a una "aversión al riesgo" que impide el crecimiento y la consecución de sus objetivos más audaces.

Las manifestaciones del ego no se limitan solo al espacio de ensayo o la función, esta, impregna la vida cotidiana del actor, condicionando sus decisiones y su bienestar.

La Identificación con el personaje/rol, el ego puede llevar al actor a una excesiva identificación con el personaje o el éxito del mismo, trasladando la fama o las características del personaje a su propia vida personal. Si el personaje es aclamado, su ego se infla; si no lo es, su autoestima se resiente. Esto es peligroso para la estabilidad emocional, ya que la carrera actoral es cíclica y volátil.

El interprete, director, dramaturgo, etc. vivimos en un constante "teatro de comparación". Las redes sociales magnifican la "teoría de la comparación social", donde el éxito ajeno (un compañero que consigue un papel, un amigo que firma una serie) se convierte en una métrica del propio valor, generando ansiedad, envidia o autoexigencia desmedida. El ego sufre si no está a la altura de los demás, o si percibe que otros "remontan el río, como el salmón" con más éxito.

En la fragilidad del "yo genuino", el ego, en su afán de protección y control, puede alejar al actor de su "yo genuino". Esa "vocación innegable", la "veracidad de la emoción y vulnerabilidad auténtica", la "curiosidad inagotable" o la "conexión humana" más allá de las máscaras. La persecución de metas egoicas (fama, dinero, estatus, etc.) puede hacer que se sienta "vacío o insatisfecho, incluso después de un aparente 'éxito'", como el director que lo tiene todo, pero siente que no tiene nada.

En última instancia, el ego, aunque un motor necesario para la ambición y la supervivencia en la profesión teatral, es una espada de doble filo. Si no se le gestiona con conciencia, puede desviar al actor o actriz de su propósito artístico más profundo, de su "manera de ser" escénica. Ya sea mediático o no, el artista que sucumbe a las trampas del ego corre el riesgo de crear espectáculos "encorsetados" y de vivir una vida personal de "satisfacción fugaz", lejos de la plena realización artística y personal que nace de la libertad, la vulnerabilidad y la entrega al "fracaso" para engendrar la verdadera creación.

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