No me gusta el tratamiento del texto en las artes escénicas en el mundo de la dramaturgia contemporánea, la figura del dramaturgo esta sobrevalorada. La palabra en modo totémico se apodera de la acción, la descripción abarrota la escena, los intérpretes ya no lloran, ya no ríen, ya no gritan. El autor coetáneo describe la acción en primera persona sin tener en cuenta que el hecho artístico pertenece a la trigonometría de los tres cerebros, el neocórtex, límbico y reptiliano.
El neocórtex, la lógica, lo razonable, la ecuánime, lo que es, y no lo que puede ser y el pensamiento rígido atiborra la escena, este se apodera de la creación, estrangula el momento presente hasta convertirlo en un puro cuentacuento mediocre, y la catarsis se convierte en un folletín llamado teatro.
Estos olvidan por completo el carácter genuino del ser humano y no dejando que el acto teatral se explique por los canales propios de la creación.
La palabra inunda los escenarios, los estudios de interpretación, las escuelas de arte dramático. Lo escrito por el autor se apodera de la escena, rapta las emociones del interprete, captura y roba el mundo emocional.
Un ser humano no sólo habla, las personas acompañamos a la dicción intenciones fisiológicas, emociones que arrasan nuestro sistema biológico hasta ponerlo al servicio de la creación. Una gran mayoría de los autores suplen la conmoción por la descripción de dichas emociones, los personajes ya no lloran, ya no padecen, ya no sienten, el mismo autor ordena por medio del relato escrito que dichos interprete deje de sentir para describir la emoción, para anunciar la emoción.
El autor de forma totalitaria se convierte en el centro del hecho teatral, desde estas páginas me cago en Aristófanes, Esquilo, Eurípides, Sófocles, William Shakespeare, Pierre Corneille, Jean Racine, Antón Chéjov, Henrik Ibsen, Tennessee Williams, Arthur Miller, Henry James, Eugene O’Neil, George Bernard Shaw, Oscar Wilde, Harold Pinter, David Mamet , etc. y un sinfín más.
Desde estas páginas abogo y lucho por coger a todos estos autores y mas, y convertiros en textos vivos y modificables, y que dejen paso a los actores y actrices para que estos conviertan un puñado de palabras en hechos vivos.
Los dramaturgos ya escribieron su obra
AHORA ESCRIBAMOS LA NUESTRA.
Y el verbo se hizo carne
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