Condición indispensable es que la máquina permanezca oculta a los ojos del espectador y mejor que ni siquiera sospeche éste de su existencia: el factor sorpresa aumenta el asombro del público y acrecienta los méritos de las maravillas conseguidas.
Otro principio que rige la tramoya es alcanzar el efecto deseado con el menor gasto posible de energía y sin ruidos. De aquí que, aunque actualmente la madera haya sido sustituida por el acero, y la fuerza humana -o la hidráulica del siglo XIX- por los motores eléctricos, todavía en algunas partes se prefieran los listones de madera y la fuerza de los brazos porque resultan más silenciosos en sus efectos. Para aligerar el esfuerzo hay un sistema de pesas y contrapesos de compensación y los tramoyistas toman decisiones totalmente artesanales como marcar, en las cuerdas o en las varas, el punto en que han de detenerse en cada caso.
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