Carta a don Segismundo
Al señor don Pedro Calderón de la Barca y a su ilustre primer actor Don Segismundo.
Perdón por la osadía de hablaros de tú a tú, sabiendo y conociendo vuestro temperamento como hombre-casi fiera: como a Basilio, quisiera que me perdonarais la vida.
No quiero llevaros la contraria al expresar que los sueños no son sueños, no quiero quebrantaros la cabeza diciendo que los deseos de los seres humanos (por mucho que se piense) son realidades que se ocultan detrás de las chifladuras.
Las pesadillas de la humanidad comienzan –a mi juicio– cuando sus deseos son truncados y arrebatados por la cordura, la prudencia, la discreción, el falso conocimiento, la aprobación desmesurada, las cautelas, el tacto, el equilibrio y… ¡qué sé yo! Convertir al vivo en muerto, acabado, concluido, sucumbido e inerte, este es el mayor apego generalizado de unos muchos hacia otros tantos.
Mi muy admirado don Segismundo:
Yo no quiero soñar quiero ser, existir, suceder. Quiero tener valor para enfrentarme cada día a una profesión teatral desmembrada. Quiero idealizar, encarnar a un rey y a su mendigo, quiero convertir en cenizas al galán de las historias huecas, quiero que mi muerte sea ensayada una y otra vez hasta la extenuación.
Quiero, ser, tener la avaricia de la riqueza, las miserias de la pobreza, no quiero afanar, quiero robar y que me entienda todo el mundo, quiero agraviar y ofender, y que todos lo vean, lo aprueben y lo aplaudan.
Yo no sueño que estoy en prisiones atado y vilipendiado; no lo sueño porque lo vivo, lo siento y lo maldigo. Y sí, cierto es que la vida es un frenesí, un arrebato, un delirio o una locura, pero no como usted dice: “Una ilusión, una sombra, una ficción”. ¿Y sabe por qué? Porque para un actuante no se puede pensar que no se es, ¿lo entiende usted don Segismundo? Sea, haga, y déjese de tonterías, combátase usted mismo para indultar su vanidad y arrogancia. Ser rey, como ser actor, no se regala.
Y por último solo me queda decirle, que desde estos espacios en blanco, quiero llenar mi vida de ademanes, de farándulas y mentiras arriesgadas, de asesinatos consensuados, de tragedias con guiños a la esperanza, de guerras sobornadas y de pensamientos inconexos. Pensamientos que un día un buen amigo –Federico García Lorca–, que no conozco pero sí frecuento, hablaba de su oficio y el mío como una puerta abierta a una sonrisa enamorada o como una carnicería sin precedentes, y este es…
“El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar y adormecer a una nación entera”.
(Federico García Lorca, Arte por encima de todo)
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