Cada pueblo, cada ciudad, cada rincón del mundo guarda entre sus muros la esencia de personajes singulares. Aquellos que, con su particular forma de ser, su carisma desbordante o un amor que irradian, se ganan un lugar imborrable en el corazón de la gente. La sociedad, sin dudarlo, los adopta y los venera. A menudo, son a quienes, de forma un tanto simplista y errónea, llamamos "los tontos del pueblo".
Estos individuos, lejos de ser necios, son quienes realmente resaltan. Algunos lo hacen con su gracia innata, otros con una imaginación que desafía los límites, y muchos más con lo que a primera vista podría parecer "locura". Sin embargo, es una locura, una demencia, enajenación, trastorno, desequilibrio, chaladura, loquera, disparate o insensatez que es, curiosamente, aceptada y querida por todos. Lejos de ser motivo de burla, su particularidad se convierte en un faro de la vida local.
Son ellos, estos "locos cuerdos", los grandes custodios de la tradición oral, de los dimes y diretes que tejen la historia cotidiana de un lugar. Son los portadores de la chispa que anima las plazas y los pueblos del mundo entero, los que con su mera presencia inyectan vitalidad y un toque de imprevisibilidad al día a día.
Amigos del atrevimiento, del bendito desorden que rompe la monotonía, nos recuerdan constantemente una verdad fundamental: que la humanidad entera transita siempre al borde de la locura y la sensatez. Son el espejo que nos muestra que la verdadera cordura quizás resida en abrazar nuestra propia excentricidad y la de los demás. En una época donde la uniformidad a menudo prevalece, estos personajes son un valioso testamento de la riqueza de la diversidad humana.
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