El aforismo "El ego imita, la duda crea" encapsula una profunda verdad sobre los mecanismos de la creatividad, especialmente en el exigente y a menudo incierto mundo del arte. Esta frase, aparentemente sencilla, desvela una tensión fundamental entre la necesidad de seguridad y validación (propia del ego) y la intrínseca incertidumbre y apertura que requiere la innovación genuina.
El Ego Imita
El ego, esa instancia de la psique que media entre nuestras pulsiones internas y la realidad externa (Freud, 1923), en su afán primordial de protección y autopreservación, se convierte en un arquitecto de la conformidad en el ámbito creativo. Impulsado por una búsqueda incesante de "estatus", "reconocimiento" y "seguridad" en un mundo incierto, el ego tiende a aferrarse con tenacidad a lo conocido, a lo probado y, sobre todo, a aquello que ya ha sido validado y aplaudido por el colectivo. Su principal motor no es la innovación intrínseca, sino el deseo de ser aceptado, admirado y, por ende, evitar a toda costa el "fracaso" o el "error" que podrían amenazar su frágil "identidad construida" (Rogers, 1951; Holiday, 2016). Esta pulsión hacia la seguridad y la validación preexistente lo conduce inexorablemente a la imitación.
La imitación, bajo la égida del ego, se manifiesta en diversas facetas dentro del proceso artístico:
La búsqueda de modelos seguros y la replicación de fórmulas de éxito: El ego, en su pragmatismo egocéntrico, prefiere replicar fórmulas que han demostrado su eficacia en el mercado o en el canon establecido. En el ámbito artístico, esta tendencia se traduce en la inclinación a copiar estilos de artistas ya consagrados, aquellos que han alcanzado la fama o el prestigio. Se observa en la adopción acrítica de las tendencias de moda del momento, la repetición de esquemas narrativos o interpretativos que han funcionado en el pasado, o la elección deliberada de roles o proyectos que garantizan el aplauso fácil y la aceptación masiva, aunque carezcan de desafío o profundidad. La imitación, en este sentido, ofrece una ruta aparentemente segura hacia el reconocimiento, minimizando el riesgo inherente a la originalidad, a la incertidumbre del "no estar a la altura" o a la temida irrelevancia de "no ser visto". Es una estrategia de evitación de la "adversidad" y del "fracaso" que, paradójicamente, limita el verdadero crecimiento.
1- La aversión al riesgo y a la vulnerabilidad intrínseca de la creación: Crear de verdad implica adentrarse en lo desconocido, habitar la periferia de lo confortable, ser radicalmente vulnerable y exponerse sin reservas al juicio externo y, a veces, al propio juicio severo. El ego, con su profunda "aversión al riesgo" y su necesidad de control, busca el camino más llano y predecible. Prefiere la certeza de lo imitado, que ya tiene un precedente de aceptación, a la angustia y la zozobra de la invención original. Imitar resulta significativamente menos aterrador que innovar, precisamente porque ya existe un modelo que ha demostrado ser "bueno" o "aceptable", validando la "identidad construida" del artista. Esta resistencia a la "incertidumbre" frena la "curiosidad inagotable" y la "búsqueda constante" que son vitales para la eclosión de nuevas ideas.
2- La desconexión del "yo genuino" y la superficialidad del resultado: Cuando el ego asume el control predominante, el artista puede desconectarse progresivamente de su "yo genuino" (Rogers, 1951), de su "propósito interno" más profundo y de su auténtica "verdad emocional". La imitación, en este sentido, es un reflejo sintomático de esa desconexión: el acto creativo no nace de una pulsión auténtica y personal, de una "necesidad de contar" arraigada, sino de una necesidad externa de pertenecer, de ser validado o de cumplir expectativas ajenas. El resultado de esta imitación puede ser, a nivel superficial, técnicamente impecable, pulcro en su ejecución, pero paradójicamente, carente de alma, de originalidad y de esa "verdad" intrínseca que es capaz de "perturbar al cómodo y consolidar al perturbado". La obra se convierte en un eco, no en una voz propia, perdiendo su capacidad de trascendencia y de "conexión humana" profunda.
La imitación nacida del ego en el arte es un refugio ilusorio de seguridad que, si bien puede ofrecer un reconocimiento, al mismo tiempo condena al artista a una perpetua "adaptación hedónica" y le impide el acceso a la profunda satisfacción que emana de la creación auténticamente original y vulnerable. Por ello y en resumen, el ego busca:
- Modelos seguros.
- Aversión al riesgo y a la vulnerabilidad.
- Falta de "yo genuino".
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