2. La Fábula del Salmón escénico: Un Reflejo de la Vida de un director de teatro.
La vida del salmón es un testimonio elocuente de adaptación y perseverancia. Su estrategia reproductiva es un reflejo de la implacable selección natural, con variaciones notables entre las especies del Pacífico y del Atlántico, que resuenan con las distintas trayectorias de los directores.
El salmón del Océano Pacífico, protagonista de un ciclo de vida épico que culmina en un acto de sacrificio total. Tras la fecundación, machos y hembras perecen, asegurando la herencia genética a la siguiente generación. Este final predestinado es una garantía; de intentar el arduo viaje de regreso al mar sin reproducirse en las cabeceras del río, el agotamiento o los depredadores se cobrarían su vida. Así también, algunos de nosotros, directores, nos entregamos a un "ciclo creativo" casi ritual, un proyecto o un personaje que consume cada fibra de nuestro ser. Nos sumergimos en la obra hasta el punto de que, tras el estreno, sentimos que hemos "muerto" metafóricamente en esa dirección, asegurando así el legado, la resonancia y la "descendencia" de nuestra trabajo escénico. Intentar volver a un rol o estilo anterior sin haber completado esa entrega total nos llevaría al agotamiento creativo o a ser "depredados" por la irrelevancia en un medio tan exigente.
Por otro lado, el salmón del Océano Atlántico exhibe una resistencia fascinante, capaz de remontar el río para desovar en múltiples ocasiones. La razón reside en las características geográficas: los ríos atlánticos son menos caudalosos y más cortos, lo que les brinda mayores oportunidades de supervivencia y reproducción a lo largo de varias temporadas.
De la misma manera, muchos de mis colegas, y yo mismo en ciertos momentos, somos como el salmón del Atlántico, con una notable capacidad para "remontar el río" de la creación una y otra vez, "desovando" procesos de creación teatral a lo largo de nuestra carrera. El "río" de nuestra profesión –el contexto teatral, los recursos disponibles, las demandas del público y nuestro momento vital– puede ser menos exigente en cuanto a la intensidad o duración de un único proyecto, permitiéndonos una mayor versatilidad y la oportunidad de reinventarnos en diferentes géneros, estilos y temporadas.
El salmón es, por definición, una especie anádroma, un viajero incansable entre dos ecosistemas. Su vida comienza y termina en las aguas dulces del río, pero gran parte de su desarrollo y crecimiento tiene lugar en el vasto y rico entorno marino. Allí, se nutren y fortalecen antes de emprender el épico viaje de regreso a su río natal para la reproducción, completando así un ciclo de vida extraordinario.
Como director, me siento también una especie "anádroma" en el vasto océano del teatro: un viajero incansable entre dos ecosistemas. Mis inicios y la esencia de mi aprendizaje se forjaron en las "aguas dulces" de la formación académica, los ensayos íntimos y los pequeños talleres donde se descubren los primeros impulsos. Pero la mayor parte de mi desarrollo y crecimiento se da en el "vasto y rico entorno marino" de la escena profesional, los múltiples proyectos con en el teatro comercial de una gran avenida, el teatro en una compañía nacional, el teatro de calle, el teatro alternativo, etc. y el contacto directo con el público, me han nutrido de experiencias, gano fortaleza y madurez, antes de emprender el épico "viaje de regreso de la mano del teatro inclusivo" que es en este caso la esencia de nuevos trabajos llenos de incertidumbres, fracasos de dudoso aprendizaje, unos y otros de fracasos convertidos en grandes éxitos, completando así un ciclo de vida artístico que es, en sí mismo, extraordinario.
Al igual que muchas criaturas, el salmón encarna la fidelidad a su propia esencia. Sus habilidades innatas se van forjando a medida que crecen, y sus más profundos deseos están intrínsecamente entrelazados con su singularidad como especie. En este viaje vital, sus destrezas son las únicas herramientas con las que cuentan para alcanzar sus propósitos más fundamentales. A la par deberíamos los teatreros encarnamos en una profunda fidelidad a nuestra propia esencia creativa. Mis habilidades innatas –la intuición para el texto, la capacidad de ver la totalidad de una obra, la empatía con el actor, la visión espacial– se van forjando y perfeccionando con cada montaje, cada ensayo, cada desafío. Mis deseos más profundos –contar una verdad, provocar una reflexión, conmover al espectador, trascender la mera representación– están intrínsecamente entrelazados con mi singularidad como ser humano y como creador. En este viaje vital y artístico, mis destrezas son las únicas herramientas genuinas con las que cuento para alcanzar mis propósitos más fundamentales sobre el escenario.
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