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5/6/25

6ª Confesiones NARCISISTAS de un director de teatro, por Manu Medina

La esencia del teatro a mi juicio reside, en su fibra más íntima, en el espíritu mismo del ser humano; es el reflejo vivo y el testimonio de las historias de cada individuo y por ende de todos los pueblos. Si esta raíz vital está ausente, lo que se presenta en escena corre el riesgo de ser un mero acto teatral sin trascendencia, sin impacto duradero ni en la esfera personal de los individuos ni en la conciencia colectiva de la comunidad. Elegir una obra por el simple afán de cosechar minutos de gloria, en lugar de buscar esa resonancia profunda, se revela, en última instancia, como una experiencia poco gratificante. Aquellos artistas que verdaderamente lo son, los que poseen un talento genuino, comprenden esta verdad con una claridad meridiana.

Después de transitar más de cuarenta años en el ámbito teatral, he comprendido que mi mayor logro reside en la firmeza de no sucumbir a tantas presiones externas, ya sean las modas del momento, las directrices comerciales o la opinión pública. Pero también he de decir que donde si he sucumbido y no pocas veces, es en el imperativo de las voces internas de mi propio ego.

La certeza de que la vida se acaba, me da la posibilidad de ver el mundo en el que vivimos como algo relativo, donde la vida misma se sucede, y donde los acontecimientos muchas veces nos arrastran a lugares recónditos, esta incertidumbre me da que pensar que precisamente hay palabras que nosotros los artistas debemos desterrar de nuestro vocabulario, palabras tales como bueno, malo o culpable, error, fracaso, etc.

Nunca me he sentido perdido respecto a mi verdadera vocación. Desde siempre, he sabido que el teatro es el origen de mis ideas más arriesgadas, el lugar donde doy rienda suelta a mis locuras, y la fuerza que impulsa mis pasiones más intensas.

Esta conexión profunda con el arte escénico no es algo que elegí, sino una parte esencial de quién soy. Es lo que me guía en los momentos difíciles y recuerda mi propósito más hondo. El teatro es mi espejo: allí puedo enfrentar mis miedos y celebrar mis fortalezas, encontrando la libertad para ser y para expresar sin las máscaras que la vida nos exige. Lo que me confronta y lo que me da miedo. Cada acto en escena, cada ensayo, es un testimonio de esta poderosa unión que define mi camino y mi ser.

En mi recorrido como teatrero, tanto en el papel de actor como en el de director, he transitado por las intrincadas venas de este arte, encontrando tanto sus luces más como sus sombras. En este viaje, me he visto confrontado con una pregunta fundamental que resuena en cada ensayo y en cada función: ¿qué define realmente a un artista? ¿Quién es, en esencia, un verdadero creador?

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