El mundo del arte, por su propia naturaleza intrínseca, es un caldo de cultivo fértil para un ego desmedido. La búsqueda de la expresión personal, la exposición pública, la crítica constante y la necesidad de reconocimiento crean un escenario donde un ego sin gestionar puede transformarse de un motor necesario en una verdadera patología. Esta no es una mera cuestión de "tener un ego grande", sino de un ego que ha perdido su función mediadora (Freud, 1923) para convertirse en un tirano interno que distorsiona la realidad, devora la autenticidad y condena al artista a un sufrimiento paradójico.
• El narcisismo del creador:
En el arte, el ego desbocado puede culminar en rasgos de trastorno de la personalidad narcisista (TPN). El artista desarrolla una grandiosidad desproporcionada sobre su talento y su obra, convenciéndose de ser un genio incomprendido o una figura irremplazable. La necesidad de admiración (Manual MSD, 2024) se vuelve insaciable: el reconocimiento no es suficiente, se busca la ovación perpetua; la crítica, por constructiva que sea, se percibe como una ofensa personal. Esto puede llevar a la apropiación indebida de ideas ajenas, a la negación de la contribución del equipo y a una descalificación constante de colegas o colaboradores. El "yo" eclipsa por completo el "nosotros", destruyendo la colaboración genuina y transformando el colectivo en un mero escenario para su lucimiento personal.
• El artista como "divo" o "diva": síndrome de Hubris en el escenario:
Similar al síndrome de Hubris en la política y en el arte, un ego desbocado puede llevar al artista a adoptar una actitud de "divo" o "diva". Se manifiesta en una confianza exagerada hasta la imprudencia, un desprecio manifiesto por la opinión del director o de sus compañeros, y una incapacidad radical para aceptar sus propios "errores". Este artista cree que está por encima de las reglas, de los horarios, de la disciplina. Pueden justificar comportamientos disruptivos o poco profesionales amparándose en su "genialidad" o "sensibilidad artística". Este patrón conduce al aislamiento, ya que solo se rodean de "aduladores" que refuerzan su burbuja de autoengaño, alejándolos de la realidad y del pulso vital de la creación compartida.
• La obra de arte como extensión patológica del ego:
La creación deja de ser un vehículo de expresión para convertirse en una mera extensión del ego del artista, una herramienta para su validación personal. La obra no existe por sí misma o por su mensaje, sino para alimentar la necesidad de reconocimiento del creador. Esto puede manifestarse en la incapacidad de finalizar proyectos por miedo a que no sean "perfectos" (desde la perspectiva del ego), o en la negativa a soltar la obra una vez terminada, interfiriendo en la dirección o interpretación de otros. La obsesión por el "legado" o la "trascendencia" se vuelve una carga, no una inspiración, porque está ligada a la inmortalidad del "yo" y no a la obra misma.
• Estancamiento creativo y repetición obsesiva:
La "aversión extrema al riesgo" que el ego impone, paraliza la "curiosidad inagotable y la búsqueda constante". El artista, por temor a "no estar a la altura" o a "fracasar", se aferra a las "fórmulas probadas" y a los estilos que ya le han traído éxito. Esto conduce a la "inercia y estancamiento creativo", a la repetición obsesiva de los mismos temas, géneros o interpretaciones, impidiendo la innovación y el verdadero "desarrollo artístico". El "miedo a cambiarlo todo" y a "despojarse de convicciones" sofoca la creatividad, que requiere de la "duda" y de la "fertilidad del error".
• Consecuencias de la patología del ego en el artista y su entorno:
o Sufrimiento psicológico:
A pesar de las apariencias externas de confianza, el individuo con un ego desbocado vive en una profunda ansiedad y estrés crónico (Sans Segarra, 2025). La necesidad constante de validación es una carga inmensa, y la menor crítica o percance puede desencadenar una angustia severa. Viven en un estado de "tensión" y miedo a ser "descubiertos" en su supuesta imperfección.
o Aislamiento y Soledad:
La arrogancia y la falta de empatía repelen a los demás. Aunque puedan tener un séquito de aduladores, las relaciones genuinas se deterioran. El artista se encierra en su burbuja de ego, experimentando una profunda soledad y una incapacidad para la "conexión humana" real, necesaria para la "salud mental".
o Paranoia y Resentimiento:
El artista con ego desbocado tiende a percibir conspiraciones o envidias donde no las hay. Se sienten "ofendidos" y desarrollan un "resentimiento" crónico hacia aquellos que no los "valoran", o hacia colegas que tienen éxito. Esta mentalidad de "yo me lo merezco" genera una "queja constante" y una incapacidad para la autocrítica, lo que intensifica su propio sufrimiento.
o Incapacidad de evolución y aprendizaje:
Al rechazar el "error" y la "crítica", el artista se condena a la repetición y al estancamiento. Se vuelven incapaces de "revisar y corregir" su propio camino, y su "mentalidad fija" les impide adaptarse y crecer, tanto a nivel artístico como personal.
o Ambiente de trabajo tóxico:
Un ego desbocado crea un clima de tensión, miedo e inseguridad. La "imposición de decisiones" y la "competencia incesante por la superioridad" socavan la confianza y la motivación del equipo. Los ensayos se vuelven batallas de egos en lugar de procesos creativos colaborativos.
o Deterioro de la calidad artística:
La búsqueda de la validación fácil y la aversión al riesgo lleva a "refritos artísticos" y a la falta de innovación. La obra puede volverse predecible, superficial y carente de "verdad emocional" o de "trascendencia". El arte, en lugar de "perturbar al cómodo y consolidar al perturbado", se vuelve complaciente y olvidable.
o Pérdida de potencial colectivo:
La primacía del "yo" ahoga el espíritu del "nosotros". Las voces de otros talentos son silenciadas o infravaloradas, impidiendo la "fusión de elementos" y la riqueza que solo la "colaboración genuina" puede ofrecer. El "teatro de las mayorías" se ve comprometido si el líder solo busca su propio brillo.
o Daño a la institución o compañía:
Las decisiones impulsadas por el ego pueden llevar a malas inversiones, a la alienación de talentos y a una reputación negativa que, a largo plazo, daña la credibilidad y la sostenibilidad de la institución o compañía.
Indefectiblemente la patología del ego en el mundo del arte es una trágica ironía. Aquello que en dosis saludables puede impulsar la ambición y la excelencia, en su desborde, se convierte en la cadena que ata al artista a la superficialidad, al sufrimiento y a la destrucción de su propio potencial creativo y relacional. Solo a través de una gestión consciente del ego, una "introspección" constante y la humildad de abrazar la "duda" y el "error", el artista puede liberarse de esta tiranía y permitirse "volar" hacia una "perfección" que reside en la autenticidad, la vulnerabilidad y la entrega incondicional a su arte.

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